No importa cuanto nos quejemos, ayer a la noche cuando el reloj marcaba las doce de la medianoche y la banda y el coro comenzaba a entonar el himno nacional argentino desde el Valle de la Luna en Salta a más de uno se nos irizó la piel, se nos pianto un lagrimón y se nos lleno del orgullo el corazón por nuestra tierra, por nuestra historia y por nuestra patria.
Quejarse es deporte nacional, eso decimos todos los argentinos, y más de uno la completa irónicamente con “Argentina país generoso”; y sí, tenemos nuestros defectos, para que ocultarlo, pero también tenemos nuestras virtudes, se podrá decir muchas cosas de nosotros como pueblo, pero no se puede negar la calidez que hay en nuestros corazones, la pasión con la que amamos y odiamos; y el orgullo de decir que no nos rendimos.
Que lo que hace doscientos años atrás no ha sido en vano, quizás no aprendimos del todo la lección, pero basta con darle un vistazo hacia el pasado y recordar a nuestros queridos próceres, esos héroes de carne y hueso que a pesar del dolor, de la enfermedad y de la miseria jamás se rindieron, jamás claudicaron y lucharon hasta su último aliento por lo que creían.
Para esto tenemos que recordar el Bicentenario, para recordar que aún en las malas Argentina fue, es y será; sólo queda en nosotros los argentinos, los que a pesar de todos la remamos, recordemos, disfrutemos y continuemos adelante con los sueños de los que algunas vez soñaron con algo imposible y que construyeron nuestro hogar.
¡Feliz día patria mía! ¡Feliz día argentinos! ¡Feliz día hermanos latinoamericanos!