¿Quién alguna vez no ha pensado en huir?
Dejar atrás la vida que conocemos y construirnos una totalmente nueva.
Más de una vez me he hallado tirada en la cama, con el rostro empapado en lágrimas y con el ferviente deseo de huir de "esta" vida, que no precisamente era -o es- la que deseaba.
Pensaba que todo se solucionaría si abandonaba a todos los que conocía y empezaba de cero en otro lado, con otro nombre, otro color de pelo y otra vida que aunque dura al principio sería mucho mejor de lo que tenía.
Pero ¿adónde iba a ir? ¿qué tan lejos podía llevar con las chirolas que tenía por "ahorros"? ¿y a quién le iba a importar si desaparecía? Soy de esas personas que sueña mucho pero que mantiene los pies en la tierra.
Al fin y al cabo, antes de que las lágrimas que había derramado se secaran me daba cuenta de que huir no estaba en mis posibilidades, porque sencillamente no tenía adónde ir.
Hoy en día, a pesar de que no todo está como quiero, ya no existe más esta necesidad dominante de huir, porque huir no solucionaría mis problemas a ningún lado que vaya, que simplemente las cosas no cambiarían a menos que yo los cambiara y hoy, finalmente, después de tantas lágrimas y llantos que no fueron en vano, me doy cuenta de cómo tienen que ser las cosas: disfrutar de quién soy, de las cosas que tengo, de no dejar permitir que el drama invada mis venas y a invertir mis energías en ser feliz y luchar por lo que quiero aunque tenga que recordármelo más de lo que desearía.